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Perdida

abril 15
14:00h
agotadas

Malba Cine

Sala: Auditorio

 

Película

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Carlos Prates

Ni los senderos serranos por los que pasean las chicas en Noites do sertão; ni la carreta caída en el tiroteo del western al inicio de Minas-Texas; ni el tren donde el elegante personaje de Cabaret mineiro conoce a la chica de sus sueños atraviesan el eje Río-San Pablo, las dos ciudades que se disputan el título de epicentro cultural brasileño.

Carlos Alberto Prates Correia (nacido en 1941 en Montes Claros, Minas Gerais), quien hoy prefiere ser llamado Carlos Prates a secas, encontró en su tierra la sólida materia prima y el sentido de su cine.

Este cineasta secreto, que trabajó con Joaquim Pedro de Andrade en varios films, no sólo se ubica al margen geográficamente, sino también en el mapa imaginario de corrientes y vanguardias reconocidas por la elite cultural. Y no sólo de ésas: Prates está afuera, incluso, del cinema marginal de Sganzerla y Bressane, aunque resulte revelador descubrir rasgos afines entre sus películas, todas hechas en años de dictadura. El erotismo extravagante, los personajes renegados, el humor excéntrico, los bailes, los guiños: aquello que las palabras no podían nombrar, y sólo con gestos enardecidos lograba ser contrabandeado más allá de la censura.

Pero esos desahogos formales con intención conspirativa –propios de un cine maldito, marginal, contra-vanguardista– eran para Prates y sus colegas del CEMICE (el Centro Mineiro do Cinema Experimental que fundó en 1965) mucho más que una posición estética. No pretendían revolucionar el cine, ni atraer o escandalizar a los espectadores; simplemente, los seducía la oportunidad de experimentar con lo que tenían cerca. El mítico Montes Claros, su música, sus paisajes, sus amores: esa “brisa que corría de atrás hacia delante de la cámara desde el primer film”, O milagre de Lourdes (1965).

Para cada uno de sus planos –de composición simple pero extraordinariamente refinada y detallista–, Prates orquesta situaciones extraordinarias, en las que se adivina hasta qué punto sus rodajes tienen que haber sido experiencias únicas, cargadas de vitalidad. Actores totalmente entregados a su histrionismo, disfrutando cada gesto y sonido modulado; actrices vestidas o desnudas que estallan de sensualidad. Planos como piezas únicas, que Prates luego reúne y opone en la singularidad de sus raccords.

En toda su obra –presentada casi en su totalidad en este Bafici a excepción de Guilherme, episodio de Os marginais (1968) del que no existe copia restaurada–, Prates hace convivir fluidamente imaginación con realidad. Talento, entre otros, que ubica a este hombre huidizo (no le gusta volar en avión, presentarse en público ni ser fotografiado: bien detrás de la cámara, como el título de uno de sus films) en el lugar de un verdadero autor; uno que sabe, como pocos, dejar correr la brisa a través de las pantallas.

Eloísa Solaas

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