Hace mucho tiempo que el jazz dejó de ser simplemente un repertorio musical y una serie de fenómenos culturales y sociales adyacentes a ese repertorio, referenciado y localizado en un lugar: la Norteamérica urbana, para convertirse en un lenguaje universal.
Quizás exagerando, podríamos decir que cada aldea puede ser pintada con una paleta de colores jazzísticos.
Buenos Aires no ha sido la excepción y, aun antes de esa mutación, ya era un punto importante en la agenda del jazz internacional y la actividad local siempre fue efervescente y fecunda.
Hoy, esta ciudad –que a fuerza del talento, la laboriosidad y el compromiso artístico profundo de sus músicos, se ganó el derecho de tener su propio festival– es uno de los puntos del planeta donde se puede encontrar y disfrutar del mejor jazz los siete días de la semana.
Pero, ¿qué festival queremos? No es una pregunta menor. No alcanza con una fiesta de unos días que simplemente atestigüe ese crecimiento, un mero catálogo apretado de lo que sucede el resto del año. El festival debe ser un facilitador de sueños, un propiciador de encuentros artísticos, debe ser un estímulo, un aliciente que incomode un tanto a los músicos y los saque del lugar en el que están a salvo y los desafíe a superarse, a tomar riesgos.
A la hora del hecho creativo, la seguridad no es un valor que deba ser fomentado. Eso creemos.
Y todo movimiento artístico sano, vital y joven, madura y se prueba a sí mismo, cuando acepta tomar esos riesgos estéticos. Nuestra tarea no puede limitarse a observar esos saltos al vacío, sino que debemos acompañarlos, estimularlos y proponerlos.
Por supuesto, estamos convencidos de que el público celebrará, valorará y también se enriquecerá con esas propuestas inusuales.
Y, si cuando se apaga la última luz, el festival queda solo documentado en una planilla que hable de cantidad de asistentes, eso es insuficiente.
Debe quedar una producción concreta. Música escrita, grabaciones, libros, registros y nuevas sociedades musicales entre artistas cuyo encuentro fue incentivado por el festival. Este es el objetivo que nos estamos planteando.
Paradójicamente, no hemos pensado el festival para ese público ya iniciado y conocedor, que habitualmente consume jazz. Con ellos ya sabemos que contamos y disfrutarán de nombres que les son familiares, pero también de otros que incluso para ellos son novedosos.
Preferimos apuntar a quienes se acercan quizás por primera vez. Pedimos que nos den la oportunidad de demostrarles que no hace falta experiencia previa para disfrutar de la magia, la alegría y la sorpresa que siempre guarda esta música.
Porque un concierto de jazz es un territorio en el cual las cosas suceden en tiempo real, sin segundas oportunidades, sin especulaciones previas. En fin, sin red.
Hemos tratado de darle al festival una línea, un argumento y un concepto, pero, por otra parte, hemos tenido especial cuidado en ser diversos y plurales.
Y nuestra ilusión es que cada uno de los concurrentes pueda sentirse identificado con algún artista, con algún estilo, con alguna estética en particular. Que haya opciones para quienes gustan de los teatros, los lugares más íntimos o para quienes prefieren el escenario al aire libre.
Estará presente la tradición y las nuevas tendencias. Los músicos veteranos de mil batallas que ayudaron a forjar esa tradición y los músicos más jóvenes que se ocupan de mantener la llama ardiendo. Música instrumental, cantantes, grupos grandes y solistas. Invitamos a artistas internacionales que nunca estuvieron antes en nuestra ciudad; comisionamos música para que ella hable por sí misma del encuentro que el jazz rgentino actual propone con sus propios mentores, con otros géneros musicales con los que convive en el mismo suelo y con otras disciplinas artísticas; proponemos cruces entre músicos locales e invitados, y habrá también muchas de esas actividades que giran alrededor de la música: clases abiertas, películas y documentales, mesas redondas, diálogos, fotografías.
Pensamos un espacio exclusivo para que nuestros productores, dueños de sellos discográficos, representantes de artistas y promotores de conciertos se encuentren con colegas extranjeros invitados especialmente con el claro objetivo de ampliar la oportunidad de trabajar y hacer negocios. En el país y en el exterior.
Y planteamos dos homenajes. Al querido Walter Malosetti y al ciclo Jazzología del también apreciado Carlos Inzillo. No es casual. Cualquier vanguardia artística –con pretensiones de tal– que no se apoye en el conocimiento, el respeto y el cuidado de las tradiciones sobre las que está construida es solo deporte intelectual. Luego, no tiene futuro.
Nos quedan deudas. Afortunadamente. Porque eso habla de nuestras ganas y de nuestra ambición. Y esperamos ir saldándolas en futuras ediciones.
Un festival de jazz no es un festival. Es un festival de jazz. Tiene una lógica propia y unos rasgos que lo hacen diferente. Lógica y rasgos que también diferencian y distinguen a Buenos Aires, cualquiera sea el acontecimiento cultural o artístico que la tenga como anfitriona. Las cosas nunca, pero nunca, suceden igual en Buenos Aires que en el resto del planeta. Y, al menos en este caso, esa es una gran noticia.
Bienvenidos.