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Mandrill

abril 20
22:00h
agotadass

Centro Cultural San Martín

Sala: 2

 

Película

Director ← [ + info ]

Ernesto Díaz Espinoza

Ernesto Díaz Espinoza recaló en el panorama del cine chileno del 2000 prácticamente haciendo un cine contra la corriente. En medio de una producción que en Chile tendía a disociarse de los géneros, Díaz se sumergió en ellos para levantar una obra personal que ha buscado, a veces erráticamente, dotar de estatutos de identidad.

Kiltro fue la primera aproximación directa a un género aún hoy considerado menor (el de artes marciales), que poseía la virtud de tener coherentemente resuelta su verosimilitud social. Con el barrio comercial de Patronato, en Santiago, como microcosmos físico y dramático de su aventura, es la historia de un muchacho cuya destreza sobrehumana con los puños templa su alma para convertirlo en algo parecido a un superhéroe.

Ya en esa primera cinta, Díaz dejó clara su inclinación por las referencias al cine de consumo popular, donde la influencia más próxima parecía ser Kill Bill, de Quentin Tarantino. Con un estilo que se define mejor por sus énfasis más que por sus sutilezas, Díaz mostró además un laborioso dominio del montaje, una debilidad visceral hacia el espectáculo coreográfico y una concepción del héroe (inmaduro en su afectividad y patológico en sus relaciones con el entorno) que se repetirá en sus

siguientes largometrajes.

Ante las expectativas generadas en su debut, Mirageman tuvo el mérito de articular los mismos temas y personajes expuestos en su ópera prima, pero aquí en un envase que parodia al cine de superhéroes, al que el director le inyecta un persistente sentido de comedia por sobre las constantes cortinas de humo impuestas por el género. La figura de un justiciero que tiene como única arma sus pies y puños en el Chile de Michelle Bachelet, adquiere por sí misma una lectura social y política que, en lugar de ocultarse, se potencia con sus personajes secundarios y su permanente registro del cotidiano urbano santiaguino.

Tanto Kiltro como Mirageman tenían pretensiones de búsqueda identitaria y de un sentido de apropiación, de “chilenización” del género, que el realizador irá abandonando en sus dos cintas siguientes.

Mandrill, su película más ambiciosa en términos estéticos y coreográficos, toma sus referentes de las cintas del noir oriental y de James Bond en partes iguales, y estructura otra vez un relato de venganza ambientado en la localidad de Miraflores, en Perú, sin la ironía y el desparpajo de sus obras anteriores. Será también la última película con Marko Zaror como protagonista y estandarte físico y moral del cine de Díaz.

Luego de postergar el proyecto de Santiago violenta, Díaz se repliega en el formato de exploitation para concebir Tráiganme la cabeza de la mujer metralleta, un film rodado con recursos exiguos que tiene en común con sus precursores la construcción adolescente de su personaje masculino, la recreación de los barrios bajos y de la delincuencia de poca monta. También es una dilatada progresión hacia un enfrentamiento final, en este caso el de una asesina indestructible, su ex amante que la busca para aniquilarla y un muchacho convertido circunstancialmente en cazador de recompensas que se ha enamorado de ella.

Dominada por una causalidad mínima, y casi anulada por la instantaneidad de las situaciones, Tráiganme la cabeza de la mujer metralleta disuelve la historia en un espectáculo que avanza con la lógica de un videojuego. Adrede elude cualquier coherencia en el comportamiento de sus personajes, en los datos cronológicos y referenciales y, por cierto, en la verosimilitud completa de su precario argumento. Es, desde todo punto de vista, un coqueteo con la estética del cine basura, una fuente consistente con el sentido creativo de Díaz pero que puede ser esquiva para extraer de ella credenciales de autoría cinematográfica.

Felipe Blanco

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